El misterio de la Virgen de Guadalupe mexicana
0:35El estudio de los ojos de la Virgen de Guadalupe mexicana confirma que la imagen no es obra humana, sino que es de origen sobrenatural
En diciembre de 1531 la Virgen se aparece varias veces al indio Juan Diego en el Monte Tepeyac, de sólo cuarenta metros de altura, hoy en la actual capital de México, Distrito Federal. Le pide que quiere allí un templo en el llano. Que se lo diga al Obispo. Y le añade: «Como Madre, allí mostraré mi clemencia amorosa para todos los que soliciten mi amparo. Y oiré sus lágrimas y sus ruegos para darles consuelo y alivio. Porque soy vuestra Madre compasiva».
Fray Juan de Zumárraga, primer Obispo de México, de la Orden Franciscana, recibe amablemente al indio. Pero le dice que necesita una prueba para estar seguro de que lo que le dice es verdad. Como señal, la Virgen le dice al indio que suba a la colina, coja unas rosas y se las lleve al Obispo. Era diciembre. Juan Diego no lo dudó. Allí estaban las rosas. Las recogió en la tilma y se las llevó al Obispo como señal de que Ella quería allí un templo. La tilma, era el nombre en «náhuatl», la lengua que hablaba Juan Diego, del poncho o capa que utilizaban los indios pobres mexicanos, anudada al hombro.
Cuando Juan Diego está delante del Obispo y suelta la tilma donde llevaba las rosas, éstas cayeron al suelo. Como no era tiempo de rosas, el Obispo comprendió que la señal era verdadera. En la tilma apareció estampada la imagen de la Virgen. Esto ocurrió el 12 de diciembre de 1531.El Obispo emocionado, tomó en sus manos la tilma de Juan Diego y la colocó en su oratorio. Después la trasladó a la Iglesia Mayor de la ciudad para que fuera venerada por la multitud devota.
Esta tilma o ayate con la imagen de la Virgen fue llevada después a una ermita que se construyó en el Monte Tepeyac. Esta ermita provisional de paja y adobe se construyó en dos semanas. El 26 de diciembre de 1531 una solemne procesión, con el Obispo y todas las autoridades, trasladaba la tilma de Juan Diego al pequeño santuario que acogió la reliquia hasta 1557. El segundo Obispo de México, Don Alonso de Montúfar, dominico, construyó otra ermita que estuvo en servicio hasta 1622. Después se han ido sucediendo siete templos, hasta la actual basílica que se dedicó el 11 de febrero de 1976 con una capacidad para diez mil personas.
Cuando la Virgen se apareció en el Tepeyac en el mes de diciembre de 1531, hacía sólo diez años que México había sido conquistado por Hernán Cortés, con sus quinientos soldados. Aquel año de 1519, lo que hoy es la República Mexicana, estaba habitada por trescientas tribus, enemigas entre sí, y dominadas por los aztecas. Entonces esta zona estaba prácticamente deshabitada. Al erigirse la ermita, fueron aumentando alrededor las edificaciones.
El pueblo de Guadalupe aparece por primera vez en un Acta del Ayuntamiento de México el 3 de diciembre de 1563. El 24 de junio de 1751 se le da rango de Villa (como Madrid), por cédula real, con escudo de armas, donde aparece Juan Diego con la tilma enseñando la imagen grabada en ella. El 12 de febrero de 1828 fe elevada por decreto a la categoría de ciudad, y en 1931 fue absorbida por el monstruo del Distrito Federal, y disminuida a Delegación.
La ciudad de México en 1531 se llamaba Tenochtitlán. Era la capital del Imperio Azteca y estaba rodeada de lagos. El Monte Tepeyac está junto al lago salado Texcoco. Maderas próximas a este lago salado no han durado más de cien años. El mismo hierro se pudre. La tilma de Juan Diego tiene ya más de cuatrocientos cincuenta años, y se conserva en perfecto estado. Se han hecho pruebas con tejidos de fibra de maguey, como la tilma de Juan Diego, y se ha visto que a los veinte años el tejido se descompone por putrefacción. Es inexplicable que la tilma de Juan Diego haya durado cuatrocientos cincuenta años.
La imagen, que tiene metro y medio de estatura, está hoy protegida por un cristal, pero durante 116 años, hasta 1647, estuvo sometida al polvo, a la humedad, al salitre del próximo lago Texcoco, a los excrementos de moscas e insectos, al humo de centenares de velas votivas, al contacto de los dedos, medallas, cruces, rosarios, anillos, pulseras y toda clase de objetos. Razón de sobra para que estuviera enormemente deteriorada, y no es así.
La imagen está tan fresca y el colorido es tan brillante como si se acabara de pintar. El que la imagen estuviera deteriorada después de estos avatares no le quitaría verosimilitud a las apariciones, si éstas se prueban por distintas razones, pero el que haya superado tantos avatares es una confirmación. Es más, Carlos María Bustamante certifica que en 1791, estando unos trabajadores limpiando el marco de plata, se les derramó un frasco de ácido nítrico que recorrió el cuadro de arriba a abajo. Lo natural es que hubiera destrozado el lienzo. Pues sólo hay una leve mancha que casi no se ve. Sobre este hecho se conserva el expediente original en el archivo de la Basílica de Guadalupe.
Entre los prodigios de la Virgen de Guadalupe llama la atención el ocurrido el 14 de noviembre de 1921, a las 10:30 de la mañana, cuando Luciano Pérez Carpio subió «devoto» al altar y colocó a los pies de la Virgen de Guadalupe un enorme ramo de flores en el que escondida llevaba una poderosa bomba.
Los efectos de la explosión fueron aparatosos: destruyó las gradas de mármol del altar que sostenía la imagen, hizo volar por los aires los pesados candelabros, retorció un gran crucifijo de metal que todavía se exhibe en ese estado, convirtió en polvo jarrones, floreros y vidrios de casas cercanas a la basílica, y el cristal de un cuadro de San Juan colgado detrás de la Virgen de Guadalupe. Prodigiosamente la imagen de la Virgen de Guadalupe no recibió ni un rasguño. Más aún, quedó intacto el cristal que la protegía. Y entonces no había cristales antibala.
El Dr. Phillip S. Callaghan, del equipo científico de la NASA americana, biofísico de la Universidad de Kansas (EE.UU.), investigador, científico y técnico en pintura, y el Profesor Jody Brant Smith, «Master of Arts», de la Universidad de Miami, Catedrático de Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Pensacolla, examinaron la imagen con rayos infrarrojos. En su libro «La tilma de Juan Diego» exponen el estudio realizado, y distinguen las partes retocadas y los añadidos a la imagen de mano humana, hechos sobre el original. El padre Faustino Cervantes, especialista en temas guadalupanos y traductor del libro de Smith y Callaghan, dice que algunas de las cosas que ellos consideran añadidos pueden ser sólo «intensos retoques». Entre éstos pueden estar oro sobre los rayos y plata sobre la luna.
Franyutti opina que la imagen tiene muchos añadidos. Pero si se eliminaran el ángel, la luna, etc., la imagen perdería la «proporción áurea» que es la expresión perfecta de la armonía estética, universalmente buscada en las obras de arte de Egipto, Grecia, Roma, Renacimiento, etc., y a la que responde perfectamente la imagen de la Virgen de Guadalupe según los estudios de Juan Homero Hernández. Además, las descripciones más antiguas de la imagen, como la de Antonio Valeriano, contemporáneo de los acontecimientos, en su «Nícan Mopóhua» presenta la imagen como está actualmente.
La imagen está grabada sobre un tejido de ayate hecho con fibra de maguey, parecido a la pita, sin preparar. Es un tejido burdo. Incluso se ve a trasluz el movimiento de un brazo, como a través del enrejado de una celosía. Es transparente a pesar de lo grueso que es el hilo. Sus dimensiones son 104 x 170 centímetros, y está formada por dos partes unidas en el medio por una burda costura vertical, efectuada con un hilo de maguey. El pintor Miguel Cabrera dice en su libro «La maravilla Americana», que la imagen está también en el revés de la tilma. Es imposible que manos humanas hayan pintado esta imagen sobre este lienzo sin prepararlo previamente con aparejo, apresto o imprimación, como se dice técnicamente.
El profesor Don Francisco Camps Ribera, de Barcelona, reconocido mundialmente como experto en técnicas pictóricas, que ha trabajado en las primeras pinacotecas de España, Italia, Francia, Bélgica, Holanda, Inglaterra, EE.UU. y Canadá, después de examinar la tela, observó que no estaba preparada para pintar sobre ella. Y concluyó: «Ningún artista humano hubiera elegido para realizar su obra un lienzo de esta calidad sin preparación».
Tanto los científicos americanos, Smith y Callaghan, que trabajaron en la NASA americana (aunque su estudio sobre la Virgen de Guadalupe lo realizaron a nivel particular), como el pintor Francisco Camps Ribera, en su dictamen elaborado en 1954, afirman que en la imagen de la Virgen de Guadalupe no hay huella de pincel.
El Dr. D. Ricardo Kühn, Director del Departamento de Química de la Universidad de Heidelberg (Alemania), y Premio Nobel de Química, analizó las fibras del ayate de Juan Diego. Su dictamen, sin conocimiento de la procedencia de las fibras, fue que no existía colorante, ni animal, ni vegetal, ni mineral, ni sintético. Se trata de un colorante desconocido.
Es curioso que irregularidades del lienzo, por los hilos desiguales, resaltan más los rasgos. Por ejemplo: un hilo más grueso de lo normal pone de relieve el labio superior; y otro, el párpado del ojo derecho.
El Dr. Enrique Graue, oftalmólogo de fama internacional, director de un hospital oftalmológico en México, afirma: «Examiné los ojos con oftalmoscopio de alta potencia, y pude apreciar en ellos profundidad de ojo como al estar viendo un ojo vivo».
En estos ojos aparece el efecto Púrkinje-Sánsom: se triplica la imagen en la córnea y en las dos caras del cristalino. Este efecto fue estudiado por el Dr. Púrkinje de Breslau y Sánsom de París, y en oftalmología se conoce por el fenómeno Púrkinje-Sánsom. Este fenómeno, exclusivo del ojo vivo, fue observado también en el ojo de la Virgen de Guadalupe, por el Dr. Rafael Torija con la ayuda de un oftalmoscopio. Él lo certifica con estas palabras: «Los ojos de la Virgen de Guadalupe dan la impresión de vitalidad».
Lo mismo afirman los doctores Guillermo Silva Ribera, Ismael Ugalde, Jaime Palacio, etc. Desde el año 1950 los ojos de la Virgen de Guadalupe han sido examinados por una veintena de oftalmólogos.
En 1951 D. Carlos Salinas descubrió un rostro humano en el ojo de la Virgen de Guadalupe. D. Carlos Salinas hizo un experimento fotografiando el ojo de su hija Teresa donde se reflejaba una imagen de la persona que tenía delante. Es exactamente lo que encontramos en el ojo de la Virgen de Guadalupe.
Uno de los investigadores de los ojos de la Virgen de Guadalupe es el Dr. José Aste Tonsmann, peruano de nacimiento, doctor ingeniero, especialista en computadoras por la Universidad de Cornell, en Nueva York, y actualmente profesor de Investigación Operativa en la Universidad Iberoamericana de México, capital.
Fue a México para trabajar en el Centro de Investigación para el proceso digital de imágenes enviadas por satélite para estudiar la contaminación del aire de la capital de México, que con sus veintidós millones de habitantes es una de las más contaminadas del mundo. Y al enterarse del misterio de los ojos de la Virgen de Guadalupe, esto le atrajo su atención. .
Cada milímetro cuadrado del original queda fragmentado en 25.000 pequeñísimos cuadrados que se amplían 2.500 veces, con lo cual se captan detalles imposibles de captar con un microscopio convencional. El ojo humano capta alrededor de unos treinta tonos grises. Con el microdensitómetro se captan doscientos cincuenta y seis.
Esto hizo con los ojos de la imagen de la Virgen de Guadalupe. Y de esta manera descubrió en una córnea de siete milímetros, al parecer, la escena que la Virgen tenía delante, formada por un grupo de doce personas. Algunos atribuyen al Dr. Aste una interpretación subjetiva de las imágenes. Pero un especialista en análisis de «proceso digital de imágenes» interpreta estas figuras mejor que nosotros. Lo mismo que un médico interpreta una radiografía mejor que nosotros.
El Dr. Aste ve en el ojo de la imagen la cabeza de un español, que fue la primera que descubrió D. Carlos Salinas. También ve el Dr. Aste al indio Juan Diego con un gorro. No es lógico que Juan Diego permaneciera cubierto delante del Obispo, pero tenía las manos ocupadas sujetando la tilma con las rosas, y no pudo quitarse el gorro. En el otro extremo se ve un indio sentado; probablemente algún enfermo o lisiado que fue a pedir socorro al Obispo. En medio se ve la cabeza de un anciano, que podría ser la del Obispo Zumárraga.
La cara del obispo Zumárraga que el Dr. Aste descubre en el ojo de la Virgen se parece a la del obispo Zumárraga en un retrato suyo, pintado al óleo, pintado en 1548, el año que murió, que se hizo para el Hospital del Amor de Dios, que fue fundado por él, y que hoy se conserva en el Museo Nacional de Historia del Castillo de Chapultepec, en México, D.F. Este cuadro fue copiado por el célebre pintor guadalupano Miguel Cabrera, que empezó su carrera de pintor a los veinticuatro años y los cuadros de Guadalupe los empezó a pintar a los cuarenta y seis, es decir, después de veintidós años de pintor.
Tal fue su profesionalismo, que resultó elegido para pintar la copia de la Virgen de Guadalupe que se mandaría oficialmente al Papa Benedicto XIV, y que llevó el padre Francisco López, de la Compañía de Jesús.
En el grupo aparece la figura de una mujer negra. En un principio pareció ser un error. No era lógico encontrar negros en México en 1531; pero revisando la «Historia de la Iglesia en México», del padre jesuita Mariano Cuevas, se enteró que Zumárraga nombró en su testamento a su sirvienta negra. Es sorprendente que el Dr. Aste descubriera una negra en la escena sin tener conocimiento previo del testamento de Fray Juan de Zumárraga.
Evidentemente que la identificación de las figuras del caballero español, Juan Diego, Zumárraga, etc. deberán ser comprobadas por ulteriores investigaciones, pero hay un hecho indudable: que las escenas gráficas que hay en estos ojos no pueden ser obra de mano humana.
Las imágenes están en los dos ojos y con la conveniente inclinación. El hecho de que en los dos ojos aparezcan las mismas imágenes, excluye toda posibilidad de casualidad. Ni siquiera con la tecnología actual sería posible «pintar» las figuras «rescatadas» por la computadora en una córnea de siete milímetros.
Los estudios científicos realizados en la Virgen de Guadalupe podían terminar con las siguientes conclusiones:
1) Científicamente no se explica la conservación del ayate cuatrocientos cincuenta años, pues lo normal es que no dure más de veinte.
2) Científicamente no se explica cómo no se ha deteriorado la imagen a los cuatrocientos cincuenta años, de los que ciento dieciséis estuvo sin cristal y sometida al contacto de toda clase de objetos.
3) Científicamente no se explica cómo no se destruyó el ayate cuando le cayó ácido nítrico de arriba a abajo.
4) Científicamente no se explica cómo el ayate no sufrió daño alguno cuando la explosión de la bomba del 14 de noviembre de 1921, que destrozó todo lo que había cerca.
5) Científicamente no se explica la diferencia de temperatura entre el ayate y la placa metálica.
6) Científicamente no se explica que esta imagen esté realizada en un lienzo de estas características sin preparación adecuada.
7) Científicamente no se explica cómo es posible que en esta imagen no haya colorante ni animal, ni vegetal, ni mineral, ni sintético.
Científicamente no se explica que el ojo de la imagen tenga las características de un ojo humano vivo con el efecto Púrkinje-Sánsom.
9) Científicamente no se explica que en un ojo de siete milímetros aparezcan doce figuras humanas.
Después de todo esto parece lógico concluir que esta imagen no es de origen humano, pues no tiene explicación científica natural. Es lógico pensar en una intervención sobrenatural. Como dijo Pío XII, esta imagen es obra de «pinceles que no son de acá abajo». Humanamente no hay explicación para los interrogantes que presenta.
El relato de las apariciones se remonta a fechas muy próximas a éstas. Hay dos escritos en lengua azteca (náhuatl). El primero es uno breve del padre Juan González, capellán, confesor e intérprete del obispo Fray Juan de Zumárraga, que no entendía al indio Juan Diego. Esta breve narración conserva frases de Juan Diego al pie de la letra. Este relato lo entregó a Juan Tonaz, a quien el virrey Martín Enríquez mandó recoger los documentos relacionados con el hecho. Se escribió el año 1580. Está en el Museo Nacional de México (manuscrito 1.475), y ha sido traducido por el P. Mario Rojas (Guadalajara. Jalisco. 1977).
Hay otro relato más extenso, también en «náhuatl», que se ha hecho tradicional, y que se debe a Antonio Valeriano, un indio muy culto y sobrino de Moctezuma, contemporáneo de las apariciones. Lo terminó en 1548, el mismo año que murieron Juan Diego y Zumárraga. Se llama «Nican Mopohua», por sus dos primeras palabras, que significan «aquí se narra». Fue traducido al castellano por el bachiller D. Luis Becerra Tanco, conocedor del idioma «náhuatl» y experto en la historiografía indígena. Titula esta traducción: « Felicidad de México».
Luis Lasso de la Vega que fue capellán de Guadalupe durante diez años (1647-1657) y gran conocedor de la lengua «náhuatl» lo hizo imprimir en 1649. Antonio Valeriano nació en Atzcapotzalco el año 1516; fue alumno del Colegio de Santa Cruz en Santiago Tlatelolco, dirigido por los PP. franciscanos. De alumno pasó a maestro y rector, y luego llegó a ser gobernador durante treinta y dos años, desde enero de 1573 a agosto de 1605 en que murió.
Gobernó con tal acierto y aceptación que mereció una carta de Felipe II haciéndole muchas mercedes. Fue un auténtico humanista que, además del castellano y el «náhuatl», su idioma propio, dominaba el latín mejor que los españoles, según dicen las crónicas. Este texto del «Nican Mopohua», también ha sido traducido al español por el P. Mario Rojas, que quizás sea hoy día el mejor conocedor del idioma «náhuatl», en frase del historiador de México, José Luis Guerrero. Con el P. Rojas estuve hablando yo en Puebla durante tres horas sobre la Virgen de Guadalupe.
Las narraciones de las apariciones tienen una ingenuidad encantadora. En una de ellas cuanta Juan Diego que para asistir a su tío Juan Bernardino, que estaba moribundo, tomó otro camino para no encontrarse con la Señora en el lugar acostumbrado y no entretenerse, pues iba en busca de un sacerdote que lo confesara.
Era el martes 12 de diciembre. Pero la Virgen le salió al paso y le dijo:
- ¿Dónde vas, hijo mío? ¿Dónde vas por aquí?
Y él, avergonzado, contestó:
- ¿Cómo amaneciste Niña mía, muy amada? Dios te guarde. No te disgustes, pero es que voy con prisa a buscar un sacerdote que confiese a mi tío moribundo. Después volveré a cumplir tu encargo.
Su tío Juan Bernardino era para él como un padre, pues vivía en su casa y era el único pariente que le quedaba vivo. Juan Bernardino fue curado por la Virgen de Guadalupe de la peste cocoliztli, que diezmaba la población. En el Parque Oriental del Monte Tepeyac hay un monumento de bronce a Juan Bernardino, con un libro, también de bronce, explicando el hecho. En el mismo Parque está un grupo escultórico en bronce, obra de Aurelio Mendoza, artista mexicano. La Virgen tiene cinco metros de altura y representa a la Virgen de Guadalupe, con los brazos abiertos, recibiendo la ofrenda del pueblo mexicano ofrecida por Fray Juan de Zumárraga.
El padre jesuita Javier Escalada, asesor en la ornamentación de este Parque, expresa así el simbolismo de este monumento: «La tierra que pisas, peregrino, es sagrada; pues también la pisó María cuando en esta colina se apareció a Juan Diego. Sigue caminando con atento y gozoso corazón hasta encontrar la fuente que simboliza la ofrenda de México a la Virgen. De lo alto de la historia del Tepeyac brotan dos cascadas impetuosas, símbolo de la valiente raza azteca, y de la España misionera, que se unen mansamente a los pies de María, Madre y Forjadora de la Patria Mexicana
Juan Diego era un indio sencillo, que se mantenía del cultivo de la tierra. Nació en 1474 en Cuautitlán. Hay un monumento de bronce dedicado a Juan Diego de tres metros de altura en Cuautitlán, su ciudad natal, y en el mismo sitio donde nació. Este monumento se debe al P. Lauro López Beltrán, uno de los primeros especialistas en todo lo relacionado con la Virgen de Guadalupe, y con quien estuve yo hablando en México, desde la nueve de la mañana hasta las cuatro de la tarde.
Cuautitlán es una de las ciudades más antiguos de América. Existía tres mil años antes de Cristo, como consta en el conocido Códice Vaticano no. 1, pag.335. Cuando la Virgen se le apareció a Juan Diego en el Tepeyac, en diciembre de 1531, algunos opinan que vivía en Tulpetlac, de donde era su esposa. Pero otros opinan que seguía viviendo en Cuautitlán, su ciudad natal, pues Fernando de Alva, escritor verídico y exacto, en opinión del bibliógrafo José Mariano Beristáin, en su «Nican Motecpana», de 1563, dice que Juan Diego dejó a su tío Juan Bernardino, curado por la Virgen de Guadalupe, al cuidado de la casa y de las tierras que había heredado de sus padres y abuelos, mientras él vivía en el Tepeyac al cuidado de la ermita de la Virgen. Lo mismo afirman los testigos de Cuautitlán en las «Informaciones Jurídicas Guadalupanas».
María se le apareció en el Monte Tepeyac cuando Juan Diego iba de Cuautitlán a Tlatelolco, unas tres horas de camino, a ser catequizado por los franciscanos que allí tenían la Parroquia de Santiago y el Colegio de Santa Cruz. Fue convertido y bautizado con su mujer cuando tenía cincuenta años en 1524. Le pusieron por nombre Juan Diego. Su nombre indígena era Cuauhtlatohuac, que significa «El que habla como águila».
Estaba casado con la india Malintzin que después de bautizada tomó el nombre de María Lucía, «de la misma calidad que su marido», dicen las crónicas. María Lucía murió en 1529, dos años antes de las apariciones. Juan Diego murió el 12 de junio de 1548 a los setenta y cuatro años. Cuando se le apareció la Virgen tenía cincuenta y siete. Juan Diego se caracterizó por su humildad, su castidad y su amor a la Eucaristía.
El padre jesuita Francisco de Florencia, en su libro «La estrella del Norte de México», dice que Juan Diego tenía permiso para comulgar tres veces a la semana, lo cual era insólito en aquellos tiempos, pues ni siquiera las monjas y religiosos podían comulgar más de una vez a la semana. El Obispo Zumárraga le concedió tal privilegio en atención a sus virtudes. Hoy tenemos a Juan Diego en los altares.
El Obispo de México, Fray Juan de Zumárraga, era oriundo de la villa de Durango, en Vizcaya. Como es lógico, en un principio no fue fácil para aceptar las apariciones; pero después quedó tan convencido, que él mismo trabajó con sus propias manos en la construcción de la primera ermita.
Cuando se hizo el traslado de la tilma de Juan Diego a la primera ermita del Tepeyac, el 26 de diciembre de 1531, iban en la multitudinaria procesión el obispo Fray Juan de Zumárraga, descalzo, y Hernán Cortés con la cabeza descubierta. Todo esto lo cuenta el padre jesuita Javier Escalada, en su libro: «La Virgen de Tequatlasupe».
El nombre de Guadalupe es una españolización del nombre azteca «Tequatlasupe», que a sí misma se dio la Virgen. Era muy difícil de pronunciar para los españoles, y a aquellos extremeños les sonaba a Guadalupe, su imagen querida. «Tequatlasupe» significa en azteca «la que aplasta la serpiente».
Entonces en México había mucho culto al dios-serpiente al que se ofrecían sacrificios humanos. En el mismo cerro del Tepeyac se daba culto a Tonantzín, madre del dios-serpiente. María eligió este sitio para sustituir el culto idolátrico a Tonantzín por el culto legítimo a la Verdadera Madre del Verdadero Dios.
Cuenta Motolinía en su «Historia de los indios de la Nueva España» (cap. IX), que Andrés de Tapia y Gonzalo de Umbría, contaron 136.000 calaveras humanas en el templo Teocali, sacrificadas al sanguinario dios Huitzilopoztli, el dios-serpiente, que era la personificación del demonio.
El escritor y periodista, licenciado Nemesio Rodríguez Lois, autor de varios libros de Historia, en su obra «Forjadores de México», nos dice lo siguiente:
«Huitzilopoztli -la deidad caníbal de Tenochtitlán- era tan insaciable que los humildes habitantes de sus dominios vivían en continuo sobresalto, temiendo que de un momento a otro cayera sobre ellos el filoso pedernal de los sacrificadores. Esta deidad, que tan espantado y embrutecido tenía al pueblo azteca, era de aspecto tan horroroso, que los españoles lo llamaron Huichilobos. Huitzilopoztli representaba al dios del mal».
El historiador y jesuita, padre Mariano Cuevas, en su «Historia de la Iglesia en México» (tomo 1º, cap. III), dice que pasarían de 100.000 los seres humanos que cada año se sacrificaban al demonio-serpiente que se alimentaba de sangre humana. El ídolo Huitzilopoztli fue hecho pedazos por Hernán Cortés personalmente, con una barra de hierro, y en presencia de Moctezuma, según cuenta Andrés de Tapia, cronista de la conquista, y testigo presencial.
Con la llegada de los españoles, los indios vieron con sorpresa y admiración derribados sus ídolos y ritos milenarios. La Virgen de Guadalupe significó para ellos el fin de los sacrificios humanos, repugnantes para el pueblo que temblaba ante la ferocidad de sus ídolos, pero a los que se sometía por temor. De ahí las conversiones en masa.
Veían en la imagen símbolos que vencían a sus dioses. Detalles de la imagen eran muy significativos para los indígenas, que podían descifrar cosas que pasaban inadvertidas a los españoles. La imagen les hablaba a través de los signos. Era un pictograma, un códice, como un libro que les hablaba por la imagen. Los aztecas se expresaban por signos que representaban ideas y objetos. Esta imagen era una evangelización.
El broche con la cruz indica que ella nos trae la joya de Cristo crucificado. Era la misma cruz que ellos veían en los estandartes de los españoles. El ceñidor era señal de embarazo, y a la altura que está lo da a entender claramente. Lo mismo que la caída del lazo con las puntas abiertas. El trébol de cuatro hojas es signo de plenitud, por eso simboliza a Dios. Al estar sobre el vientre de María quiere decir que Ella nos trae a Dios en su seno. Ella misma se presentó como la Madre del Verdadero Dios. Del Dios Autor de cielo y tierra, y que está en todas partes. La siempre Virgen María, Madre, no de los dioses falsos, en cuyo altar se derramaba sangre humana, sino del verdadero Dios.
El ángel, hombre alado, simboliza a Juan Diego, cuyo nombre era Cuautlatohuac, que significa «el que habla como el águila». Llevaba la camisa que usaban los indios convertidos; pues antes, debajo de la tilma, sólo llevaban el taparrabos. Juan Diego es el ángel mensajero que nos trae a la Virgen de Guadalupe: la sostiene con sus brazos. El pueblo azteca adoraba al Sol, a la Luna y a las estrellas. La Virgen de Guadalupe oculta al sol (sus rayos aparecen por detrás), pisa la Luna, y las estrellas adornan su manto. Todos al servicio de María.
Otro descubrimiento curiosísimo en la imagen de la Virgen de Guadalupe es la posición de las estrellas en el manto. Para los indios que las adoraban y las conocían debió ser muy significativo. El Dr. Hernández Illescas ha estudiado la posición de las estrellas en el altiplano de México durante el solsticio de invierno de 1531, año de las apariciones. Resulta que todas las estrellas del manto de la Virgen, corresponden a las principales estrellas de las constelaciones en aquellos días. Este estudio ha sido publicado por el Dr. Hernández Illescas en el libro «Las estrellas del manto de la Virgen de Guadalupe». Después de invitarme a comer, tuvo la amabilidad de enseñarme su telescopio del Observatorio «La Place», en México, D.F., con el que realizó sus observaciones en colaboración con el Instituto de Astronomía de la Universidad Nacional de México.
La convergencia de hechos inexplicables en la imagen de la Virgen es tal, que nos llevan a pensar que su origen es de naturaleza sobrenatural.
A pocos hombres debe tanto México como al obispo Fray Juan de Zumárraga. A él le deben los indios la más tenaz y más sensata defensa que culminó en las cédulas de Malinas, dadas por Carlos V. Él consiguió la primera imprenta que hubo en América, negoció la primera universidad americana, fundó el Hospital del Amor de Dios, trajo de España árboles frutales, semillas de lino y cáñamo, y hasta moriscos de Granada para enseñar a los indígenas el cultivo de la seda. Trajo bestias de carga para relevar a los indios, y artesanos que enseñasen a tejer telas, alfombras, tapicerías, etc. Como dice el historiador Alfonso Trueba, Zumárraga levantó asilos y hospitales, promocionó la cultura y abrió fuentes de trabajo. Su memoria debe ser bendecida por México.
Fray Juan de Zumárraga escribió el proceso de los hechos relacionados con las apariciones. Éstos se encontraban en el archivo arzobispal de la Ciudad de México en 1601. Los tuvo en sus manos el Arzobispo de dicha ciudad, Fray García de Mendoza. Esto lo asegura el Licenciado Bartolomé García, informado autorizadamente por el Deán de la Catedral de México, D. Alonso Muñoz de la Torre.
El proceso canónico sobre las apariciones de la Virgen de Guadalupe fue firmado el 16 de abril de 1666 por D. Francisco de Siles, Canónigo Lectoral de la Catedral Metropolitana de México. Este proceso consta de doscientas páginas, y está acompañado de una carta serenamente razonada del Cabildo al Pontífice Alejandro VII, entonces reinante.
La devoción a la Virgen de Guadalupe perdura desde hace cuatrocientos cincuenta años y va en aumento. Incluso los opuestos al milagro del Tepeyac, no pueden negar el acontecimiento guadalupano. Guadalupe atrae al año diez millones de fieles. Es el templo más visitado después de la Basílica de San Pedro en el Vaticano. Más que Lourdes y Fátima. Cuando estuve en México en diciembre de 1987, para grabar el vídeo sobre este tema, quedé impresionado ante la muchedumbre de mexicanos que vienen a la Basílica desde todos los puntos de México. Y muchos en plan de penitencia, a pedir protección con fervor y fe a su Virgen de Guadalupe. En la Basílica hay peregrinaciones continuas de pueblos, colegios, taxistas, obreros de esta fábrica y de la otra, etc. El día de la Virgen de Guadalupe se celebra misa en muchos centros de trabajo. Yo tuve la invitación de celebrar misa en una fábrica, y a continuación asistir a una comida de hermandad.
La afluencia a la basílica el día de la fiesta es multitudinaria. El paso por delante de la Virgen es constante. Muchos cruzan la plaza de rodillas. Algunos pidiendo la salud. Otros en acción de gracias. Hay quien anda cuatro días. Casualmente me encontré con un grupo de universitarios que habían oído mi conferencia de la Sábana Santa en Cuernavaca. Un grupo de doscientos muchachos. Llegaron andando desde allí. Son setenta kilómetros. Dos días de camino. El héroe del grupo era un muchacho al que le faltaba una pierna, y venía apoyado en su muleta.
Toda la noche del 11 al 12 de diciembre, la Basílica está llena de gente, mientras van pasando a cantarle a la Virgen toda clase de personas. Incluso algunos extranjeros, como un grupo de norteamericanos, a quienes grabé en mi vídeo. El día de la fiesta la explanada se llena de danzantes con sus trajes típicos.
Juan Pablo II dijo a los pies de la Virgen de Guadalupe el 27 de enero de 1979:
«¡Madre! Ayúdanos a ser fieles dispensadores de los grandes misterios de Dios. Ayúdanos a enseñar la verdad que tu Hijo ha anunciado, y a extender el amor, que es el principal mandamiento y el primer fruto del Espíritu Santo. Ayúdanos a confirmar a nuestros hermanos en la fe. Ayúdanos a despertar la esperanza en la vida eterna. Ayúdanos a guardar los grandes tesoros encerrados en las almas del pueblo de Dios que nos ha sido encomendado. Te ofrecemos todo este pueblo de Dios. Te ofrecemos la Iglesia de México y de todo el Continente. Te la ofrecemos como propiedad tuya.
Tú que has entrado tan adentro de los corazones de los fieles, vive como en tu casa en estos corazones. Sé una de casa en nuestras familias, en nuestras parroquias, misiones, diócesis y en todos los pueblos. Y hazlo por medio de la Iglesia Santa, la cual imitándote a ti, Madre, desea ser a su vez una buena madre, cuidar a las almas en todas sus necesidades, anunciando el Evangelio, administrando los Sacramentos, salvaguardando la vida de las familias mediante el sacramento del Matrimonio, reuniendo a todos en la comunidad eucarística por medio del Santo Sacramento del Altar, acompañándolos amorosamente desde la cuna hasta la entrada en la eternidad.
¡Madre! Despierta en las jóvenes generaciones la disponibilidad al exclusivo servicio de Dios. Implora para nosotros abundantes vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. ¡Madre! Corrobora la fe de todos nuestros hermanos y hermanas para que en cada campo de la vida social, profesional, cultural y política, actúen de acuerdo con la verdad y la ley que tu Hijo ha traído a la Humanidad, para conducir a todos a la salvación eterna y, al mismo tiempo, para hacer la vida sobre la Tierra más humana, más digna del hombre».
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