Iglesia de San Juan de Paricutín y el volcán. Pueblos bajo la lava.
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Un mar de lava; un terreno yermo de veinticinco kilómetros cuadrados
donde la vista tan solo alcanza a definir los perfiles de las abruptas y
negras formaciones volcánicas. Pero queda algo… a lo lejos se ve la
majestuosa forma la antigua torre de la iglesia de San Juan de
Paricutín, única superviviente del desaparecido pueblo, que permanece
erguida e insolente como una isla en su particular océano de lava, para
recordar a todo aquel que la visita que dónde ahora tan solo hay roca
ennegrecida, no hace demasiados años habían pueblos repletos de vida.
Hace unas semanas os mostraba el faro Rubjerg Knude, que fue engullido por la arena de las dunas, el caso de hoy es un tanto similar aunque posiblemente mucho más dramático por lo sorpresivo de los acontecimientos que se dieron un día de febrero del año 1943.
El día amaneció como otro cualquiera para los 900 habitantes de San Juan Parangaricutiro, en el estado mexicano de Michoacán. Los alrededores de San Juan y de sus pueblos colindantes eran terrenos de cultivo fértiles y prósperos y, hasta aquel día, completamente llanos. Los campesinos, al alba, salían hacia sus quehaceres en el campo. El más madrugador aquel día fue Dionisio Pulido, que todavía no sabía que se iba a convertir en la primera persona en la historia en presenciar el nacimiento de un volcán.
Y así fue como a los pocos minutos de emprender sus labores de labranza, sintió que la tierra temblaba y, completamente atónito, contempló como la tierra se abría ante sus ojos y de ella comenzaba a brotar un manantial de vapores y rocas incandescentes.
Y de este modo, nació y creció el volcán de Paricutín. Durante los siguientes nueve años el volcán continuó activo, creciendo su cono hasta más de seiscientos metros de altura y vertiendo en sus faldas millones de metros cúbicos de lava, que en su lento pero imparable descenso engulló todo lo que se interpuso en su camino.
No hubo víctimas humanas y todos fueron evacuados del lugar convenientemente, pero no sin antes ver como pueblos enteros, sus casas, su vidas… desaparecían bajo aquel manto rojo y abrasador. Varios pueblos, entre ellos Paricutín y San Juan de Parangaricutiro dejaron de existir de la noche al día. De todos ellos lo único que quedó en pie fue ésta iglesia, que ni tan siquiera llegó a terminarse, pues se estaba construyendo una segunda torre en el momento de la erupción. Su estructura y techos de madera ardieron sobre la lava, pero su fuerte armazón de piedra resistió a los envites de los ríos incandescentes.
El volcán cesó su actividad, la lava se enfrió y el silenció se adueñó de toda la comarca hasta nuestros días, en que el volcán y las ruinas de esta vieja iglesia se han convertido en una atracción turística, tanto para los mexicanos como para los extranjeros amantes de la naturaleza, el senderismo y la visita a estos pequeños rincones solitarios de nuestro planeta.
En la iglesia todavía se conservan en bastante buen estado la pila bautismal y el altar, donde es común encontrar todavía flores traídas por los habitantes de San Juan Nuevo, antiguos pobladores de este lugar y que, en muchos casos, fueron bautizados en esa misma pila.
Este paraje es una buena muestra de lo insignificantes que podemos ser ante los designios y la fuerza de la naturaleza. Por suerte, el volcán la erupción del Paricutín fue bastante suave y pausada, de otro modo hoy en día podríamos estar hablando de la Pompeya Mexicana.
Hace unas semanas os mostraba el faro Rubjerg Knude, que fue engullido por la arena de las dunas, el caso de hoy es un tanto similar aunque posiblemente mucho más dramático por lo sorpresivo de los acontecimientos que se dieron un día de febrero del año 1943.
El día amaneció como otro cualquiera para los 900 habitantes de San Juan Parangaricutiro, en el estado mexicano de Michoacán. Los alrededores de San Juan y de sus pueblos colindantes eran terrenos de cultivo fértiles y prósperos y, hasta aquel día, completamente llanos. Los campesinos, al alba, salían hacia sus quehaceres en el campo. El más madrugador aquel día fue Dionisio Pulido, que todavía no sabía que se iba a convertir en la primera persona en la historia en presenciar el nacimiento de un volcán.
Y así fue como a los pocos minutos de emprender sus labores de labranza, sintió que la tierra temblaba y, completamente atónito, contempló como la tierra se abría ante sus ojos y de ella comenzaba a brotar un manantial de vapores y rocas incandescentes.
Y de este modo, nació y creció el volcán de Paricutín. Durante los siguientes nueve años el volcán continuó activo, creciendo su cono hasta más de seiscientos metros de altura y vertiendo en sus faldas millones de metros cúbicos de lava, que en su lento pero imparable descenso engulló todo lo que se interpuso en su camino.
No hubo víctimas humanas y todos fueron evacuados del lugar convenientemente, pero no sin antes ver como pueblos enteros, sus casas, su vidas… desaparecían bajo aquel manto rojo y abrasador. Varios pueblos, entre ellos Paricutín y San Juan de Parangaricutiro dejaron de existir de la noche al día. De todos ellos lo único que quedó en pie fue ésta iglesia, que ni tan siquiera llegó a terminarse, pues se estaba construyendo una segunda torre en el momento de la erupción. Su estructura y techos de madera ardieron sobre la lava, pero su fuerte armazón de piedra resistió a los envites de los ríos incandescentes.
El volcán cesó su actividad, la lava se enfrió y el silenció se adueñó de toda la comarca hasta nuestros días, en que el volcán y las ruinas de esta vieja iglesia se han convertido en una atracción turística, tanto para los mexicanos como para los extranjeros amantes de la naturaleza, el senderismo y la visita a estos pequeños rincones solitarios de nuestro planeta.
En la iglesia todavía se conservan en bastante buen estado la pila bautismal y el altar, donde es común encontrar todavía flores traídas por los habitantes de San Juan Nuevo, antiguos pobladores de este lugar y que, en muchos casos, fueron bautizados en esa misma pila.
Este paraje es una buena muestra de lo insignificantes que podemos ser ante los designios y la fuerza de la naturaleza. Por suerte, el volcán la erupción del Paricutín fue bastante suave y pausada, de otro modo hoy en día podríamos estar hablando de la Pompeya Mexicana.
Imágenes: Ferdelat T
Imágenes: Edifica
Imagen: Ilhuicamina
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